sábado, 8 de junio de 2013

Dos aficiones que, por el bien del fútbol, se deben volver a encontrar. Desde Albacete, por Isaísas Blázquez (Informativos Telecinco/Cuatro)


La afición ovetense vistió de azul a la ciudad de Albacete en un encuentro inolvidable
La comunión con los dos mil aficionados llegados a tierras castellano-manchegas fue perfecta

Los destellos azules aparecían continuamente por cualquier parte de la ciudad. Bien, no estamos hablando de una gran metrópoli, pero sí de un núcleo urbano de unos 170.000 habitantes. No está mal. Por algo la llaman "La Nueva York de La Mancha". Y los dos millares de aficionados oviedistas supieron encontrar rápidamente los puntos de interés de la misma, donde pasar buena parte de las horas previas al partido. Sí, las zonas de bares y más marcha gracias a ellos estaban a reventar.

Hay que comprender que el viaje había sido largo, había que recargar fuerzas y los nervios por el partido no hacían sino acentuar esa sensación de vacío interior. A parte de la propia, los aficionados azules habían conseguido transmitir su felicidad a otro colectivo local, a los hosteleros albaceteños. De los que, por cierto, me gustaría saber cuál fue su colaboración durante la semana tratando de generar ambiente para la gran cita. Pero ese es otro cantar.

Parte de la afición azul en Albacete. Jonás Sánchez
Lo cierto es que con la llegada de los dos mil ovetenses (de nacimiento y adopción) la ciudad se vistió de alegría. Albacete se precia de acoger gentilmente a todo el que viene a pasárselo bien. Y pocos huéspedes han sido tan gustosamente recibidos como los de la afición azul. A pesar de defender colores diferentes, himnos diferentes y objetivos incompatibles. La afición al fútbol une cuando es sana, cuando las personas de cada hinchada comprenden que, por encima del deporte, siempre hay otras personas.

El bus con los jugadores del Oviedo ya había llegado al estadio y su afición estaba a punto de hacerlo. Cuando los albaceteños presentes en el Carlos Belmonte todavía se preguntaban cuál sería el número de oviedistas que vendrían al estadio y cuánto ruido serían capaces de hacer, a los lejos, comenzó a distinguirse una marea entre las calles. Una marea de aficionados azules, todos juntos, sincronizados hasta en el movimiento de sus banderas. Dos mil cuerpos diferentes al mismo paso, al mismo son, sintonizados con el mismo sentimiento.

Todo lo demás, pasó muy rápido. La afición local brilló como siempre que se la necesita y el Alba hizo un partido memorable. Pero la bendición de la esperanza se fue para Asturias, haciendo que para los oviedistas mereciera la pena la paliza del viaje. Sus gritos de "Albacete, Albacete" pusieron la carne de gallina a los aún presentes tras la función.

A la salida de los jugadores, varios aficionados azules me confesaron que nunca se habían sentido tan a gusto como con la afición albaceteña. Es algo que se veía en los brindis, en las bromas y en las risas de hermandad. Pero quizá, lo que estos aficionados sintieron, no fuera más que un reflejo de la tremenda energía positiva que ellos mismos nos brindaron y que en Albacete supimos agradecer.

Donde sea y como sea, pero estas dos aficiones deben encontrarse de nuevo por el bien del fútbol. Aunque sólo sea para recordar a todos que la belleza de este deporte late fuerte en las gradas del Tartiere y del Belmonte. Que en cada butaca hay una historia por la que todo esfuerzo y sufrimiento merece la pena.

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