La afición ovetense vistió de azul a la ciudad de Albacete en un encuentro inolvidable
La comunión con los dos mil aficionados llegados a tierras castellano-manchegas fue perfecta
Los
destellos azules aparecían continuamente por cualquier parte de la
ciudad. Bien, no estamos hablando de una gran metrópoli, pero sí de un
núcleo urbano de unos 170.000 habitantes. No está mal. Por algo la
llaman "La Nueva York de La Mancha". Y los dos millares de aficionados
oviedistas supieron encontrar rápidamente los puntos de interés de la
misma, donde pasar buena parte de las horas previas al partido. Sí, las
zonas de bares y más marcha gracias a ellos estaban a reventar.
Hay
que comprender que el viaje había sido largo, había que recargar
fuerzas y los nervios por el partido no hacían sino acentuar esa
sensación de vacío interior. A parte de la propia, los aficionados
azules habían conseguido transmitir su felicidad a otro colectivo local,
a los hosteleros albaceteños. De los que, por cierto, me gustaría saber
cuál fue su colaboración durante la semana tratando de generar ambiente
para la gran cita. Pero ese es otro cantar.
Parte de la afición azul en Albacete. Jonás Sánchez |
Lo cierto es que con
la llegada de los dos mil ovetenses (de nacimiento y adopción) la
ciudad se vistió de alegría. Albacete se precia de acoger gentilmente a
todo el que viene a pasárselo bien. Y pocos huéspedes han sido tan
gustosamente recibidos como los de la afición azul. A pesar de defender
colores diferentes, himnos diferentes y objetivos incompatibles. La
afición al fútbol une cuando es sana, cuando las personas de cada
hinchada comprenden que, por encima del deporte, siempre hay otras
personas.
El bus con los jugadores del Oviedo ya había llegado al
estadio y su afición estaba a punto de hacerlo. Cuando los albaceteños
presentes en el Carlos Belmonte todavía se preguntaban cuál sería el
número de oviedistas que vendrían al estadio y cuánto ruido serían
capaces de hacer, a los lejos, comenzó a distinguirse una marea entre
las calles. Una marea de aficionados azules, todos juntos, sincronizados
hasta en el movimiento de sus banderas. Dos mil cuerpos diferentes al
mismo paso, al mismo son, sintonizados con el mismo sentimiento.
Todo
lo demás, pasó muy rápido. La afición local brilló como siempre que se
la necesita y el Alba hizo un partido memorable. Pero la bendición de la
esperanza se fue para Asturias, haciendo que para los oviedistas
mereciera la pena la paliza del viaje. Sus gritos de "Albacete,
Albacete" pusieron la carne de gallina a los aún presentes tras la
función.
A la salida de los jugadores, varios aficionados azules
me confesaron que nunca se habían sentido tan a gusto como con la
afición albaceteña. Es algo que se veía en los brindis, en las bromas y
en las risas de hermandad. Pero quizá, lo que estos aficionados
sintieron, no fuera más que un reflejo de la tremenda energía positiva
que ellos mismos nos brindaron y que en Albacete supimos agradecer.
Donde
sea y como sea, pero estas dos aficiones deben encontrarse de nuevo por
el bien del fútbol. Aunque sólo sea para recordar a todos que la
belleza de este deporte late fuerte en las gradas del Tartiere y del
Belmonte. Que en cada butaca hay una historia por la que todo esfuerzo y
sufrimiento merece la pena.
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